sábado, 20 de febrero de 2010

La escuelas helenísticas: una reflexión ética sobre la forma de vivir la filosofía.

“La escuelas helenísticas: una reflexión ética sobre la forma de vivir la filosofía.”

Por: Maharba Annel González G.

CCH/Vallejo.

maharba_annel@yahoo.com.mx

Para mi amiga Laura,

en agradecimiento a sus ganas de vivir.

Comenzaré por decir que hablaré de la pertinencia de la enseñanza de la escuela estoica y la escuela epicúrea en el programa de Filosofía II con anotaciones muy generales y haciendo énfasis en la eficacia y pertinencia de dichas temáticas dentro del modelo educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades que es la institución a la cual pertenezco.

Es importante entonces para alcanzar mis fines, señalar que el marco de referencia que sustentará la estructura del presente trabajo presupone una reflexión sobre el modelo educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades que es un bachillerato de cultura básica. En este sentido, se entiende por cultura un proceso que sistematiza e interrelaciona diversos modos de ser y de conducirse y, a su vez, entendemos por el adjetivo básica, la posibilidad de poner el acento en aquellos contenidos, aprendizajes y habilidades que son el terreno fértil en el cual se sembrarán nuevos y diversos conocimientos. Lo anterior incluye todas las herramientas y condiciones que permitan un mayor saber no sólo individual sino social así como técnicas y procedimientos intelectuales que permitan adquirir métodos eficaces de estudio, por ejemplo, para distribuir tiempo y ordenar distintas estrategias para estudiar, entre otros. Lo anterior está permeado por una actitud de racionalidad que busca sustentar la libertad de pensamiento buscando siempre que éste sea coherente con los principios intelectuales que se pretenden sustentar. Ambos aspectos están vinculados y se reflejan en la actitud que permite al sujeto reconocerse a sí mismo como uno entre otros[1] e inmerso en un intercambio cultural que le permite crear, construir y afianzar valores éticos que emergen a su vez, de diversos procesos sociales.

El punto crucial aquí está dado por el sujeto que al ejercitar su aprendizaje al interior de un modelo que se orienta por el cultivo de una cultura básica, es capaz de reordenar de manera permanente su saber al articular las incógnitas que le presenta su entramado social para, así, solventar sus necesidades, sean éstas técnicas, sociales, morales o intelectuales. Con este objetivo, el Colegio de Ciencias y Humanidades plantea a través de su plan de estudios de Filosofía I y II, la necesidad de una asignatura que es, al mismo tiempo, producto y actividad. Lo primero porque es un resultado de un proceso intelectual que ha tenido lugar a lo largo de toda la historia del pensamiento y, lo segundo, porque parte de su naturaleza es que el ser humano –pensemos nosotros, para nuestros fines en “el alumno”-, deje de acumular o memorizar información y se aventure a participar reflexivamente en la comprensión de su realidad. Esto es de suma importancia para que logre su autonomía como sujeto moral e intelectual. Así pues, desde la perspectiva de un bachillerato de cultura básica, la materia de Filosofía reviste una esencia formativa y humanista que se complementa de manera adecuada con muchas y varias clases de conocimientos científicos por ser una disciplina cuyo carácter totalizador abarca una multiplicidad de saberes que el ser humano requiere para desarrollar su vida. Por este motivo decimos que tiene un carácter formador.

A esta característica se le une otra igualmente importante, nos referimos a la capacidad de asombro. Ésta permite que la realidad, lo que es aparentemente cotidiano y que carece de novedad, sea susceptible de ser cuestionado y propicie nuevas preguntas y reflexiones desde perspectivas no sólo racionales sino también sensibles, emocionales e indudablemente espirituales, -no en un sentido religioso sino de modelación del ser. Al realizar reflexiones de esta clase se afina la capacidad de reflexión crítica y autocrítica a través de instrumentos filosóficos que permitan el desarrollo de habilidades y capacidades intelectuales como las de análisis, conceptualización, jerarquización, entre otras, con el fin de hacer inteligible el mundo de la vida. El ejercicio filosófico permite entonces encontrar u otorgar un sentido y un significado al ser del hombre pues es un ejercicio que nos dice no tanto a dónde vamos cuánto, en dónde estamos, i.e., nos otorga las condiciones para articular y hacer inteligible nuestro mundo.

Como lo mencioné líneas arriba, en la materia de Filosofía, el alumno aprende y toma conciencia acerca del hecho de que es un ser social que se desenvuelve entre otros. Formarlo para adquirir una actitud crítica y participativa ante la realidad es parte de la formación filosófica que permite así al individuo ser consciente y reconocer que ningún hombre es una isla, es decir, reconocer la existencia de los demás. Dos de los aprendizajes sobre los que versa nuestro plan de estudios y sobre los cuales he organizado el presente escrito son,

El alumno:

Adquiere y aplica conceptos básicos de la filosofía para desarrollar su capacidad reflexiva, crítica y argumentativa;

Identifica, analiza e interpreta discursos filosóficos para vincularlos con su experiencia cotidiana.

El enfoque didáctico que tiene nuestro programa permite que el eje central sea el aprendizaje del alumno como actividad autónoma, i.e., como una actividad que él mismo propone y regula a través de una práctica de investigación, argumentación y valoración. Esto se propone lograrlo a través de diversos recursos didácticos así como del planteamiento de sus propósitos, la simultaneidad de sus contenidos y la libertad de ordenarlos según sean las necesidades del docente al planear su clase, es decir, que no hay un orden predeterminado en aquellos y que su única finalidad es lograr los aprendizajes que se proponen, a la vez que propiciar que el estudiante forme parte activa en su proceso de construcción y consolidación de su aprendizaje. De tal manera que el proceso de enseñanza-aprendizaje en el plan de estudios de Filosofía propicia también una actividad que vincula el trabajo del profesor con el desempeño del alumno pues el trabajo del docente no es tanto repartir conocimiento cuanto propiciar un ambiente de enseñanza-aprendizaje pertinente y escoger las estrategias que permitan a los alumnos construir conocimientos significativos para su vida.

Por lo tanto, el marco conceptual que se propone para conseguir los aprendizajes del plan de estudios de filosofía del CCH es flexible y abierto, por tomar en cuenta la diversidad de alumnos a quienes se dirige así como las demandas o necesidades de la sociedad en las que se inscribe y la institución en la que se pretende llevar a cabo su proceso de enseñanza-aprendizaje. Aquí se introduce el concepto de currículo flexible, mismo que significa un espacio que busca ser el terreno para solventar las necesidades del entorno social.

El enfoque didáctico que adopta en general la materia de filosofía en nuestro Colegio parte de la noción de aprendizaje como un objetivo en constante transformación y que, como tal, constituye un proceso social e intelectual a través del cual el estudiante podrá construir sus propios conocimientos y desarrollar habilidades que estén en relación con su vida. La idea de aprendizaje flexible se relaciona entonces con el concepto de cultura básica que definíamos al comenzar esta introducción y deriva en el cultivo y desarrollo de habilidades que auxilian a los alumnos a articular de manera coherente directrices para orientar su vida y tomar de decisiones con base en argumentos racionales.

Por último, no debemos olvidar que el proceso de aprendizaje es, precisamente por ser un proceso, gradual y continuo y su meta es construir nuevos conocimientos a partir de conocimientos previos para entonces, asimilar dichos conocimientos y experiencias anteriores –del alumno- a nuevas explicaciones, procedimientos, conceptos, habilidades, actitudes y valores mucho más complejos y profundos. Aún cuando nos enfrentamos cada vez con mayor frecuencia con jóvenes que provienen de hogares desintegrados o disfuncionales, con serios problemas de violencia intrafamiliar, de abuso sexual, de drogas o alcohol o, simplemente, invadidos hasta la médula de mensajes que emiten los nuevos medios cibernéticos y tecnológicos, no debemos creer ni partir del hecho de que son “causas perdidas” o que no podrán trascender sus déficits intelectuales. En este sentido, el modelo educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades motiva, con toda intención, a superar toda clase de prejuicios culturales y sociales en pos de la consecución de una cultura básica y no enciclopédica que permita abordar al alumno como lo que es, un ser humano en formación. La intención es mostrar al alumno no el sinfín de conocimientos que la humanidad ha creado sino de mostrarle distintos caminos para andar, en pos de la elaboración de explicaciones propias acerca de, por ejemplo, problemáticas sociales o morales que le afecten de manera directa. De aquí que el mismo modelo educativo contemple la influencia del entorno social en los alumnos, quienes se desenvuelven en un mundo enteramente globalizado que adopta nuevos mecanismos de dominación y “nuevas formas de ser, de vivir, de trabajar, de actuar, de sentir y de imaginar”[2].

De manera que el reto que tenemos como docentes, entre otros, es el de facilitar el aprendizaje y volverlo significativo al interior de un siempre nuevo escenario histórico, “…es un escenario histórico y teórico donde el individuo y sus expresiones sociales adquieren nuevos significados”[3]. Se trata pues de un horizonte histórico que ha alcanzado una compleja intensidad, donde continuamente hay cambios e irrumpen múltiples y diversos conocimientos que buscan comprender desde distintas perspectivas al mundo[4].

Resalto entonces que el modelo educactivo del Colegio de Ciencias y Humanidades es de cultura básica y se orienta a la formación intelectual, ética y social de los estudiantes en tanto que sujetos de su cultura y modeladores de su propia educación. Esto significa que el modelo del CCH está diseñado para fomentar en los estudiantes actitudes y habilidades que les constituyen como sujetos éticos y fomenta la inquietud de formular y formularse interrogantes acuñando distintas respeustas, es decir, promueve el deseo de saber. Ésta es una carácterística esencialmente filosófica.

De lo anterior, se desprende la responsabilidad de nosotros los docentes, de brindarles a los alumnos las suficientes herramientas y estrategias para que aprendan a autorregular su propio proceso de aprendizaje. A esto se refiere el “aprender a aprender”, es decir, al hecho de que el alumno tiene la posibilidad de adquirir nuevos conocimientos por sus propios medios y así mismo, puede comprender qué es aquello que está aprendiendo y, además, a través de qué series de mecanismos lo está adquiriendo. De esa forma podrá integrar el nuevo conocimiento en su estructura cognitiva. Si el alumno es consciente de esto, será capaz entonces de trasladar dichos mecanismos de solución a diversas problemáticas que se le presenten. Con otras palabras, será consciente de su proceso de aprendizaje y de las estrategias a través de las cuales se genere diversas formas de aprender y de resolver problemas. Al lograr esto, es capaz de trasladar los mecanismos aprendidos en el aula a solucionar problemáticas de su vida cotidiana.

Esta parte del proceso cognitivo se vincula estrechamente con un “aprender a hacer” que coadyuva al desarrollo de habilidades que permiten al estudiante poner en práctica sus conocimientos porque, cabe señalar, el alumno no aprende con base “en recetas” o “fórmulas” sino aplicando y ejercitando los mecanismos que promuevan la aplicación de los conocimientos adquiridos. Entonces, el alumno “aprende a ser”, es decir, descubre con qué habilidades y conocimientos cuenta y cuáles más necesita adquirir y además, tal vez lo más importante desde el punto de vista filosófico, sé capaz de desarrollar valores humanos, i.e., éticos, cívicos y de sensibilidad artística, entre otros.

Así pues, si concebimos a nuestros alumnos como insertos en este proceso de aprendizaje que integra conocimientos, habilidades y existencia podemos traer a colación ciertos aspectos de la modelación que ya realizaron los filósofos del período helenístico. Hablaré únicamente de dos de las cuatro escuelas que se formaron, esto por cuestiones que considero afines con la estructura de nuestro modelo educativo, con sus diferencias pertinentes, claro está.

ESCUELAS HELENÍSTICAS.

Existieron en Atenas, entre el s. IV y el I a.C., aprox., cuatro escuelas de filosofía: “La Academia” de Platón; “El Liceo” de Aristóteles; “El Jardín” de Epicuro y “La Stoa” fundada por Zenón. Ésta última perduró hasta el Imperio Romano, citamos nombres como el de Séneca y Marco Aurelio. Señalemos a continuación algunas puntos relevantes para nuestra reflexión acerca del Jardín y de la Stoa.

Si bien hoy en día concebimos a una escuela filosófica como un conjunto sistemático de conocimientos teóricos que no necesariamente compromete una adhesión intelectual, en la Antigüedad, de la forma de vida que se practique, dependerá la adhesión a una determinada escuela filosófica. Era así que el funcionamiento de la institución dependía del jefe de la escuela y era él el dueño tanto de los libros como de los bienes raíces. El nombre de la escuela adoptaba el nombre del lugar en que se reunían, abrían sus puertas al público en general y era una cuestión honorable el enseñar sin percibir honorarios. Situación que oponía directamente a filósofos y sofistas.

El punto principal que me interesa rescatar en cuanto a las filosofías helenísticas consiste en que la palabra filosofía significa una forma de vivir, significa la correlación entre actitudes de pensamiento y de vida y, a su vez, la lección principal de cada escuela consiste en un determinado tipo de sabiduría. Grosso modo, todas las escuelas definen la sabiduría como un estado de perfecta tranquilidad del alma. Al igual que sostenía Sócrates, las filosofías helenísticas perciben que la desgracia en la que están inmersos los hombres se debe a causa de que porque son ignorantes. La angustia y la maldad que son las que provocan el sufrimiento en los hombres tienen su origen en los juicios de valor que aquellos tienen de las cosas. Esos juicios sin fundamento son los que propician la desgracia e infelicidad del ser humano.

Emerge entonces el valor terapéutico que proponen escuelas tales como el estoicismo y el epicureísmo, las cuales buscarán transformar esos distorsionados juicios de valor. Se buscaba formar ciudadanos y dirigentes políticos y esta formación no era exclusiva, es decir, no se trataba únicamente de formar ciudadanos o gobernantes sino que ambos estaban correlacionados. Expliquemos esto.

La formación de un ciudadano griego requiere de un necesario dominio de la palabra. De aquí que existiera en Grecia un gran ejercicio de la retórica y de la dialéctica. Sin embargo, además del buen dominio de la palabra para lograr la persuasión en el ámbito político, era necesario aprender no sólo a gobernar sino a gobernarse a sí mismos y aquí es dónde ingresa la disciplina filosófica por estar, precisamente, fundamentada en la realización de una determinada opción existencial. Se asimilan pues intelectual y espiritualmente, los principios de vida y pensamiento. ¿Cómo lograr esto? Pensando en realizar la realización de este objetivo se propicia la enseñanza a través de un “método” que recurre al diálogo y a la discusión de determinadas tesis. Discutir de esta manera es el esquema que sigue la enseñanza filosófica de aquellos años. Se trata de la argumentación dialéctica. Por otro lado, encontramos la retórica que tenía lugar cuando algún alumno hacía una pregunta y el maestro respondía con un discurso continuo y desarrollado. El procedimiento consistía entonces en volver a los principios generales, lógicos o metafísicos a partir de los cuales aquella pregunta podía ser resuelta.

Escuelas como la estoica y la epicúrea tenían la finalidad de condensar los dogmas fundamentales que sostenían lo que hoy llamaríamos su “sistema educativo”, esto con la finalidad de crear un núcleo filosófico seriamente argumentado y pudiese, por tanto, tener una mayor fuerza persuasiva pero no tanto política cuanto con la finalidad de producir un efecto en el alma del oyente o del lector.

Epicúreos y estoicos concebían por tanto, su sistema como un conjunto coherente de sus dogmas e intangible puesto que está vinculado íntimamente con el modo de vida respectivo, es decir, se relaciona con una actividad que repercute definitivamente en la forma de conducir la propia existencia. Ambas son filosofías que se orientan a todos los hombres, sin importar la clase social ni el género o si son libres o esclavos.

Sin embargo, no se trata únicamente de memorizar sentencias o dogmas sino de asimilarlos íntimamente a través de la meditación. Esto quiere decir que toda aplicación de sentencias tendrá una repercusión física, espiritual e intelectual. Piénsese por ejemplo, en el cuádruple remedio del que habla Epicuro:

“Los dioses no son de temer,

la muerte no es temible,

el bien fácil de adquirir,

el mal fácil de soportar”.

Lo anterior, aplica en el caso de los epicúreos para aprender a disciplinarnos en cuanto al dolor que pueden causaros nuestros deseos. Para satisfacer las necesidades elementales del ser deberemos aprender entonces a contentarnos con lo que es fácil de alcanzar y renunciar así a lo superfluo. Se sugieren entonces ejercicios tales como el examen de conciencia, la corrección entre los alumnos de parte de los maestros y determinado tipo de alimentación. Dice Epicuro, “En el ejercicio de la sabiduría (la filosofía), el placer va a la par con el conocimiento. Pues no se goza después de haber aprendido, al mismo tiempo se aprende y se goza”[5].

En el caso de los estoicos, la filosofía es ejercicio, no se trata de enseñar teorías abstractas o de explicarlas hasta el cansancio sino de un arte vivir, un estilo de vida que compromete por entero la existencia. Ésta parte es la que indudablemente podemos rescatar con los adolescentes que nos escuchan en el aula. El ejercicio filosófico lleva implícita una modelación del Ser y, en ese sentido podemos, como docentes, trasladar la atención absoluta que en ocasiones se da a las preocupaciones, a un nuevo estado de conciencia en el cual podremos apreciar que “la principal causa de sufrimiento, desorden e inconsciencia del hombre proviene de sus pasiones: de sus deseos desordenados, de sus temores exagerados”[6].

Desde el salón de clases y sin convertirnos en predicadores, ¿Cómo podemos propiciar lo anterior? Recordando en clase qué cosas o situaciones sí dependen de nosotros, por ejemplo, asistir a clase, ser coherente al interior de la sesión, aplicar las normas y respetar los acuerdos a que se llegue en clase, tal es el caso de las faltas permitidas o el no faltar a las sesiones cuando haya evaluación. No se trata de trivializar el asunto convirtiéndolo en un discurso moralino, antes bien, se trata de enfocar nuestra atención y la de nuestros alumnos en cambiar de perspectiva y situar el pensamiento en los mecanismos que lleven al dominio de uno mismo, al cumplimiento de los deberes y a la indiferencia ante las cosas indiferentes. Estos tres son ejemplos de los ejercicios espirituales que utilizaban los estoicos y Pierre Hadot anota que, “la palabra “espiritual” permite comprender con mayor facilidad que unos ejercicios como éstos son producto no sólo del pensamiento, sino de una totalidad psíquica del individuo que, en especial, revela el auténtico alcance de tales prácticas: gracias a ellas, el individuo accede al círculo del espíiritu objetivo, lo que significa que vuelve a situarse en la perspectiva del todo” [7].

Una actitud fundamental en el estoico es la atención, i.e., la continua vigilancia y el estar consciente de uno mismo, de los propios ánimos y de los propios comportamientos. Y es ése un buen ejemplo para hacer énfasis en lo que ya decíamos antes, que la filosofía para las escuelas helenísticas es fundamentalmente, ejercicio. La filosofía antigua más que un sistema es, “un ejercicio preparatorio para la sabiduría, es un ejercicio espiritual[8] y, las filosofías helenísticas buscan formar ciudadanos, gobernantes y filósofos también.

Las caracterizaciones antes expuestas son precisamente las mismas que desembocan dentro del Modelo educativo del CCH a través del aprender a aprender, del aprender a hacer y del aprender a ser. Porque la apuesta es la de coadyuvar a la formación de verdaderos ciudadanos en una sociedad donde lo que impera es el valor de la mercancía y de la compra-venta de artículos y cuerpos “bonitos”. Se busca entonces obtener como resultado la formación de un alumno con carácter crítico, es decir, que sea investigador y con habilidades para analizar lo que se le presente de momento como verdadero. La filosofía tiene pues el compromiso de que el alumno sea consciente de su aprendizaje y que, al mismo tiempo aprenda a autorregular sus habilidades y los conocimientos que le permitirán concebirse como parte de su entorno social y cultural, es decir, la filosofía es la labor que permite al alumno tomar conciencia de su capacidad como ser humano siendo entre otros seres humanos. Porque la adquisición del saber no es una labor que ya esté hecha de una vez por todas sino que consiste en una permanente búsqueda de adquirir aquello que no se sabe pero a través del ejercicio de la razón, no de la repetición o del uso limitado de la memoria, la filosofía repercute en la formación de todo individuo que esté dispuesto a contraer un compromiso con su propio ser.

Así pues, si bien el medio circundante y el contexto social y cultural no son a veces los idóneos, la propuesta en el Colegio de Ciencias y Humanidades es prientar al alumno a asumir actitudes y valores como los de la investigación, el aprecio por el rigor intelectual así como dimensiones éticas derivadas de su propio proceso de aprendizaje. El modelo de nuestra institución se ocupa entonces de la obtención de aprendizajes significativos no sólo para aprobar satisfactoriamente una materia sino para vincularlos con la vida cotidiana y encontrar respuestas a las preguntas que en muchas ocasiones son de tipo existencial y que repercuten, por eso mismo, en el desempeño que el individuo tenga dentro de la sociedad.



[1] El énfasis es mío.

[2] UNAM/CCH. Orientación y sentido de las áreas del plan de estudios actualizado, pág. 59.

[3] Ibid.

[4] El asunto acerca del conocimiento es tan importante que se habla incluso ya de una sociedad del conocimiento. Éste término se ha acuñado a partir de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el Banco Mundial y la UNESCO, entre otras instituciones, quienes definen a esa clase de sociedad como aquella en la que la principal fuerza productiva, “serán los conocimientos que los individuos y sus agrupaciones puedan producir y manejar”. Ver, “Conocimiento y verdad” en, Di CASTRO, Elisabetta. (Coord.) Conocimientos fundamentales de filosofía, pp. 52. valga la pena el comentario para señalar el constante cambio social en el que se inserta la propuesta educativa de nuestro Colegio así como nuestro plan de estudios de filosofía y la repercusión que tienen, en éstos, la cantidad y la calidad de los conocimientos a los que los seres humanos tienen la posibilidad de acceder.

[5] EPICURO. Sentencias Vaticanas, 27.

[6] HADOT, P. Ejercicios espirituales y filosofía antigua, pág. 25.

[7] Ibidem, pág. 24.

[8] GAGIN, Francois. ¿Una ética en tiempos de crisis? Ensayos sobre estoicismo, pág. 14

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